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 La vida de Ana fue corta. Cuando murió, en 1945, tenía tan sólo 15 años. Nació en Alemania, donde la familia de su padre había vivido durante mucho tiempo. Su padre se sentía muy orgulloso de ser alemán. Estaba seguro de que sus hijos, y los hijos de sus hijos, vivirían en Alemania.

Sin embargo, eso nunca sucedió. La vida de los Frank dio un giro enorme. Tuvieron que huir de su país. Tuvieron que esconderse. Perdieron todo lo que atesoraban… todo, porque eran judíos, y porque un hombre llamado Adolfo Hitler llegó al poder.

Hitler odiaba a los judíos. A todos los judíos. Cuando Hitler fue derrotado, ya había muerto la mamá de Ana. También Ana y su hermana. La única persona de la familia que sobrevivió fue Otto, el padre de Ana, a quien ella tanto amaba.

 

Hubo otra cosa que sobrevivió: el diario de Ana. Ana escribió en su diario durante los dos años en que su familia estuvo escondida. Se escondían de los sol­dados de Hitler.

Ana comprendió los peligros que enfrentaba su familia. Aun así, lo que escribió en su diario estaba lleno de esperanza acerca del futuro del mundo, a pesar de que estaban ocurriendo cosas espantosas. Ana buscó consuelo en la belleza de la naturaleza, a pesar de que no podía salir ni siquiera para tomar una sola bocanada de aire fresco. Después de su muerte, su diario se convirtió en un libro.

Hoy, más de 60 años después de la última fecha que aparece en su diario, Ana sigue siendo considerada un símbolo de esperanza. Su diario se ha traducido a más de 65 idiomas. Se han vendido más de 30 millones de copias. Se han hecho películas y obras de teatro sobre su vida.

Una corta vida —incluso una muy corta— puede estar repleta de significado.

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