Evelyn Silva
“La educación es un acto de amor, por lo tanto, un acto de valor.” (Paulo Freire)
La semana pasada estaba, como todos los días, enseñando un concepto gramatical (un poco difícil, por cierto) y un estudiante curioso, de esos que a veces te hace preguntas que te dejan sin respuestas, me pregunta: -Profe, ¿y por qué usted decidió ser maestra? Por supuesto, quedé sorprendida porque no me esperaba tal cuestionamiento y, a pesar de que seguí enseñando, se me quedó esa incógnita revoloteando en la cabeza.
Reflexionando y haciendo un balance de mi vida como educadora, hoy puedo responder que soy maestra porque el destino me guió, inconfundiblemente, por los laberintos de la educación. Pero ese camino está lleno de grandes maestros, de grandes educadores que han sido un gran ejemplo para mí y hoy les quisiera rendir tributo.
Siempre admiré y, todavía hoy siento mucho cariño, a mi maestra de pre-escolar, esa que me enseñó a jugar, que me enseñó los colores y los números, sí, porque los números y los colores los aprendíamos en la escuela a los cinco años. De ella recuerdo su sonrisa y la dulzura de sus gestos, su comprensión y su paciencia. ¡Qué puedo decir de mi maestra de primer grado! Ella me enseño a leer y a escribir; ella me abrió las puertas de un nuevo mundo lleno de palabras y de letras que me permitieron soñar y crear historias. De ella todavía conservo trazos de su letra redonda y cursiva.
Varias profesoras pasaron por mi vida hasta que llegó Martha, con esos ojos azules como el mar y esa voz pausada y tranquila, con esa sonrisa eterna y esa dedicación inconfundible. Con ella aprendí a amar la literatura y la historia; con Martha descubrí que el maestro es más que una figura que impone respeto y que en verdad el maestro es aquel que nos hace confiar en nosotros mismos; es aquel que nos ve crecer día a día, no solo en tamaño si no también en sabiduría.
De los maestros de la secundaria y el pre-universitario, me viene a la mente el trabajo, el empuje y el deseo que todos ellos tenían en que saliéramos adelante. No escatimaban en repasos extras, en ejercicios imposibles de matemáticas o panfletos interminables de historia. Todos ellos son parte de lo que ahora soy. No siempre fueron victorias porque miles de veces hubo derrotas pero siempre estuvieron allí, al “pie del cañón” para ayudarnos a levantar ante cada caída.
Después llegó la universidad, sinónimo de libertad e independencia. Allí conocí a profesores brillantes, a profesionales increíbles que terminaron de delinear y cultivar mi vocación. Hombres y mujeres que a pesar de las infinitas adversidades que ambos teníamos que afrontar, nos ayudaron a formarnos como profesionales, nos enseñaron a amar la literatura y nos enamoraron con el conocimiento profundo y detallado de nuestra lengua española.
Entonces, por eso soy maestra, porque algún día quisiera ser como todos ellos. Cada pedacito de lo que soy hoy se lo debo a ellos, esos incansables e irrepetibles educadores que formaron parte de mi vida y de mi formación académica.
A ellos quiero dedicar mi más profundo y sentido agradecimiento.