Se trata de unfascinante libro de poemas que hablan de la naturaleza propia del paisaje chileno; así como también de sus animales, de sus aromas y de sus astros. Versos que invitan a dirigir la mirada de la tierra al cielo, de lo más pequeño a lo más grandioso. Las rondas, poemas y jugarretas recogidas en este libro acercarán a los niños y niñas a la obra de Gabriela Mistral, y les permitirán disfrutar de esa poesía “impregnada de cosas de corazón” vinculada a la tradición oral y el lenguaje folclórico.
Acerca de la autora de Rondas, poemas y jugarretas
Gabriela Mistral (1889-1957), Seudónimo literario de Lucila Godoy Alcayaga, nació en Vicuña, Chile. Hija de un maestro de escuela, con dieciséis años decidió dedicarse ella también a la enseñanza; trabajó como profesora de secundaria en su país y como directora de escuela.
Como poetisa, Gabriela Mistral se dio a conocer en los Juegos Florales de Chile en 1914 con Los sonetos de la muerte, nacidos del dolor causado por el suicidio de su prometido. Estos sonetos fueron incorporados en 1922 a una colección más amplia de sus versos editada por el Instituto Hispánico de Nueva York bajo el título de Desolación.
Ese mismo año dejó Chile para trasladarse a México, a petición del gobierno de este país; con el fin de colaborar en la reforma de la educación iniciada por José Vasconcelos. En México, Gabriela Mistral fundó la escuela que lleva su nombre y colaboró en la organización de varias bibliotecas públicas, además de componer poemas para niños (Rondas de niños, 1923) por encargo del ministro de Instrucción Pública mexicano.
Terminada su estancia en México, viajó a Europa y a Estados Unidos. En 1926 fue nombrada secretaria del Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones.
En 1945 Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura (fue la primera concesión a un escritor en lengua española) y en 1951 el Premio Nacional de Literatura de Chile. Siguió su carrera diplomática y con ella sus numerosos viajes hasta su fallecimiento en Nueva York, en 1957.
Por deseo de la propia Mistral, sus restos fueron trasladados a Chile y fue enterrada en Montegrande. Dejó tras de sí algunas obras inéditas, para su publicación póstuma.
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