Maria J. Fierro-Treviño
Camino por el pasillo dónde se encuentran los salones de clase de idiomas. En esta escuela particular, hay cuatro profesores de español. Todos enseñan de distintos modos. Entro en el primer salón y me siento para escuchar la lección. El enfoque de esta lección es la conjugación de nuevos verbos. La profesora empieza con una explicación sobre como conjugar los verbos, y para la práctica, los estudiantes comienzan a conjugar los verbos oralmente, después en la pizarra y por fin en sus propios cuadernos. No hay nada de interacción para conectar los verbos con una conversación o una lectura. Observo a los estudiantes y siento la tortura que sufren. Salgo calladamente del salón de clase.
Sigo por el pasillo y entro a otro salón de clase. Esta profesora también está introduciendo la conjugación de nuevos verbos pero veo que tiene un párrafo escrito en la pizarra. Los verbos conjugados están subrayados. La profesora les pide a los estudiantes que lean el párrafo y que observen los verbos subrayados. Observo las caras de los estudiantes. Todos están leyendo y analizando el párrafo tratando de descifrar lo que ocurre. Levantan las manos y expresan sus opiniones. La profesora guía la conversación de los estudiantes hasta el punto que determinan la observación correcta. Al terminar esta etapa de la lección, la profesora les hace preguntas a los estudiantes utilizando los verbos del párrafo. Todos pueden contestar las preguntas manipulando la conjugación del verbo dentro del contexto de la respuesta. Me da tanta satisfacción ver lo que ocurre en este salón.